sábado, 19 de junio de 2010

Desgracia




La brisa veraniega de comienzo de enero seguía soplando incansablemente, después de tres días y sus respectivas noches. En el centro del firmamento, la luna de cobre exponía su bella iluminación. La noche sería perfecta, si no hubiera ocurrido la fatal tragedia: el último día del año, el corral de pesca salió a cumplir con sus labores productivas. La gallera había aplazado las riñas para el primer día del año nuevo. Nadie garantizaba que no podía haber una riña entre familias discordadas.

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A la 1:50 de la madrugada cuatro hombres de la familia llevan la caja mortuoria que se pone por delante del altar fúnebre. Se pasa al ataúd nuevo el cuerpo sin vida debidamente arreglado, desde la cama de lienzo blanco donde permanecía desde el crepúsculo del día anterior. Al sardinel de palmiche, ubicado al costado norte de la vieja casa, se amarra “ANDARIEGA” una vez suben la caja negra. La canoa pescadora de la familia será la encargada de encabezar el cortejo fúnebre. Seis canoas más: ANDANZA, CONFIANZA, JULIETA, CONFORMIDAD, ODISEA y ESPERANZA. Amigos, parientes y compañeros de pesca están preparados y listos para conformar el sepelio.

Las multitudinarias caravanas de canoas no han dejado de llegar al velorio desde la tarde del día anterior. Cientos de personas de todas las edades se volcán a la casa de palma amarga y continúan hasta la alcoba, donde se expone el féretro elaborado recientemente en caracolí y donde yace el cuerpo sin vida del pescador atarrayero, que duerme el sueño de aquellos que esperan despertar en lo eterno. Desean darle el último adiós. La muchedumbre va desvaneciéndose muy lentamente, a medida que avanza la fría madrugada y sólo se observan en la casa muy pocos allegados, especialmente los acompañantes del cortejo fúnebre, con los canaletes en sus manos y sus canoas aprestadas.

Las mujeres cerradas de un riguroso luto se reúnen en la pequeña alcoba, en torno al cajón nuevo puesto frente al recién armado altar, debidamente centrado en dirección a la puerta que comunica con la humilde sala. Así las encuentra la joven mujer alta, delgada, morena y vestida completamente de negro y sobre su cabeza una chalina. Es ella Magdalena Del Carmen del Cristo, la rezandera de la familia.

Las 2:00 de la madrugada del lunes dos de enero señala el reloj puesto, esa tarde, al lado derecho del altar. La rezandera de 25 años desliza su mano derecha por el bolsillo lateral de su falda medio aplanchada y extrae la tan usada camándula de color marrón oscuro, agarrando el crucifijo con sus huesudas manos y de pie, acompañada por un número reducido de vecinas y amigas, diez minutos más tarde comienza el santo rosario:

“Ave María purísima, sin pecado original concebido. La luz y la gracia del Espíritu Santo ilumine nuestro entendimiento y abrace nuestros corazones con el fuego de tu divino amor y sea con todos nosotros, virgen María. Te pedimos con humildad nos eches tu bendición para empezar a rezar. A vos señora, te pedimos con amor de corazón, nos alcances de tu hijo, vuestras culpas de perdón. Vivamos en gracia mediante tu intersección, rezando nuestro rosario con la mayor devoción, cortesanos de los cielos. Ayúdanos a elogiar la que es la reina de los cielos y la tierra; es la reina más singular y por lo tanto señora nuestra. Lo vamos a comenzar:

Por la señal de la santa cruz, de nuestros enemigos, líbranos Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, amén. Rezaremos un Padre Nuestro, ofrecido y encomendado al alma de Héctor Andrés del Cristo Lázaro, que el Divino Señor se sirva sacarlo de las penas en que se halla y lo lleve a descansar y su alma descanse en paz, amén. Padre nuestro, que estás en los cielos…”

La joven rezandera ha terminado la primera de las cincos partes en las que se divide el Santo Rosario. Los hombres de la familia, amigos, compadres y compañeros de trabajo, miembros todos del ‘Flamenco’, el corral de pesca de la familia, apoyan los preparativos de la casa: refuerzan los pisos, el sardinel y la troja; arman asientos en mangles para la comodidad de los asistentes a las honras fúnebres. El artesano del pueblo toma medidas del cadáver y empieza la construcción del féretro, forrado en tela india comprada en ‘El PODER DE DIOS’, la miscelánea del pueblo. Cuatros canoas recorren el sector en busca de sillas, mesas, floreros, estampas y cuadros religiosos, que ayuden a armar el altar mortuorio.

La hornilla también fue remendada y una quemada olla cocina el tradicional tinto, que tanto ha acompañado la vida de los pobladores de la Ciénaga Grande. Una agraciada mujer y miembro de la familia, atiende la labor: Carmen, la mujer que desde la tarde del crimen atiende la hornilla. Es de tez blanca, caderas anchas, muslos firmes, a pesar de ser muy sencilla; ojos color negro y una larga cabellera negra; un metro setenta de estatura y treinta años de edad. Su natural elegancia obliga a la multitud, agolpada en la casa y los alrededores, a fijarse en ella contra su voluntad, mientras reparte los tintos.

Una sábana blanca cubre la deteriorada y curtida pared y tapa la ventana de un metro de alto, ubicada en la culata. Una mesa de madera de tres pies de alto se recuesta a la sábana y sobre ésta se tiende un mantel blanco de algodón y bordado en punta cruz. Unos minutos más tarde, y por ser el muerto del sexo masculino, se trae una imagen de tamaño natural del Sagrado Corazón de Jesús. De inmediato se apoya a la mesa y se pega a la sabana. A las 6:00 de la tarde, en la humilde alcoba de aquella vieja casa, ubicada en la esquina nororiental de Nueva Venecia (El Morro), cinco mujeres bañadas en lágrimas y con un luto que las acompañará por toda su existencia, terminan de armar el altar fúnebre del último de la estirpe Cristo Lázaro, asesinado brutalmente a las 3:30 de la tarde.


Al comienzo del crepúsculo el altar funerario está conformado: una sábana blanca cubre la pared; un vaso de agua para el consumo humano se pone detrás de la imagen religiosa (el muerto se encuentra presente en estado espiritual durante sus treinta días de velación, y como asistente necesita nutrirse del preciado líquido, como todos los asistentes al sagrado ritual, dice la tradición popular morrera); en el centro de la mesa un crucifijo tallado en madera; sigue un florero cargado con claveles amarillos naturales; en la misma dirección, seis pulgadas más adelante, un sirio encendido, que durará todo el mes de velación, arde fijamente muy a pesar de que la brisa no ha dejado de soplar un solo instante desde hace tres días. Treinta minutos más tarde traen la imagen de Nuestra señora del Monte Carmelo, “Virgen del Carmen“, la patrona espiritual del Morro, que fue recostada a las patas de la mesa. Al frente, un florero de cristal repleto de rosas rojas, claveles amarillos y girasoles, y otro sirio ardiente.


Antes de finalizar la velación, durante los días y sus noches, la casa recibirá las visitas de los habitantes del pueblo. Para el día del novenario, recibirán visitas de parientes y amigos procedentes de otros pueblos, de caseríos cercanos y de las ciudades más apartadas, muy especialmente de la cabecera municipal. Las mujeres que van llegando a la velación ayudan a organizar el patio, la sala y la alcoba donde se encuentra el cuerpo del pescador asesinado que reposa en una cama de lienzo blanco, tapado completamente de pies a cabeza, hasta que el artesano termine el féretro nuevo. Cinco horas de arduo trabajo dejan la vieja casa óptima para el recibimiento de las personas que asistirán a las honras fúnebres. Empiezan a correr los primeros minutos de la nueva madrugada. El gran grupo de hombres y mujeres que reparan la casa, casi termina.

La brisa es suave, en su recorrido trae el aullido de perros, el silencio erizante de las grandes catástrofes y voces desperdigadas de comentarios relacionados con la infortunada desgracia. A medida que transcurre la larga madrugada, el viento provoca un leve oleaje que da la sensación de juguetear con el conjunto de canoas agolpadas en los alrededores de la casa. La luna de cobre de principios de enero en el centro del firmamento explaya su hermosa iluminación. El Morro se observa claramente en el comienzo de la madrugada. La fugaz brisa esparce aun más el llanto lastimero de una anciana mujer que no ha parado un solo instante de llorar y atrae aun más la curiosidad de los pobladores. Es ella la madre del joven muerto, Rosa María Lázaro.

La humilde casa de la familia del Cristo Lázaro, posicionada de Este a Oeste, dividida en dos secciones iguales: la alcoba al saliente y al poniente la sala. Un techo a dos aguas construido en palma amarga, casi desde los inicios del pueblo. Frente a la casa funciona una enorme troja de palmiche: 25 varas de longitud, quince pies de ancho, sujeta en horquetas de dividivi y cubierta por más de cien tapas de palmiche. Al final de la troja se levanta la estaca, un bajante vertical de doce metros de alto, la cual se utiliza para secar las atarrayas. La fachada presenta un aspecto revolcado, producto del invierno pasado y las brisas del extenso verano. Por el sur de la casa se encuentra el fogón (un relleno de valva de almejas) que se asemeja a un islote blanco, utilizado para ahumar el pescado con escama capturado en las faenas pesqueras y en ocasiones especiales cumple la función de patio. Un sardinel de palmiche del largo de la casa y cinco pies de ancho funciona por el costado norte. Seis puertas hacen el acceso a la sala desde el exterior: dos puertas a la troja, dos puertas al sardinel y dos a la hornilla y al patio; miden dos varas de alto, una vara de ancho.


La lánguida rezandera toma el segundo conjunto de diez piedras de la camándula y después de un leve respiro continúa: “Rezaremos un AVE MARÍA a las venditas ánimas del purgatorio y aquellas que estuvieren en pecado mortal y no tengan quien ruegue por ellas; que el divino Señor se digne de sacarlas de las penas en que se hayan y las lleve a descansar y su almas descansen en paz, amén. Dios te salve, María, llena eres de gracia…”

2

Herminio Segundo del Cristo Lázaro, un pescador de tez morena y contextura robusta de cuarenta y seis años de edad. Hombre agitador de pleito, conflictivo y alcohólico; le encantaban los juegos de manos. Estaba vestido para la ocasión: pantalón de paño color negro, camisa negra manga larga, una cinta color negra en el brazo izquierdo que le recordaba la tragedia que estaba viviendo, zapatos de cuero color negro, cordones cruzados. Era hermano mayor del joven muerto, provocador de la desgracia. Una vez vio llegar a su prima hermana la rezandera, del rincón derecho de la sala tomó su canalete de dos alas de donde lo había dejado la tarde anterior después de haber llegado de sus faenas pesqueras, realizada sobre la inmensa Ciénaga Grande de Santa Marta. Salió al sardinel de palmiche, se embarcó en su canoa y bogó hacia la punta de los olivos, y cuando estuvo seguro de que no lo seguirían, y mucho menos lo escucharían, se propinó un disparo de revolver a la altura de la sien derecha al ver el mounstro en el que se había convertido.

Al final de la troja, al lado izquierdo de la estaca, llegan las seis canoas equipadas y preparadas para acompañar la procesión fúnebre. Seis hombres, mayores de edad y miembros de la familia, orientan las tripulaciones. El hombre más viejo y alto, de piel curtida por el salitre de la Ciénaga Grande, se dirige a la estaca donde se encuentra el padre del hombre muerto, Herminio José del Cristo. Le desea la más sincera voz de condolencia por la pérdida del ser querido. Luego se dirige a la casa y saluda al grupo de “ñeros”, compañeros de trabajo, miembros del ‘FLAMENCO’. Él es Eurípides Márquez del Cristo, el capataz del corral, la máxima autoridad del grupo de pescadores. Un cielo azul marino se explaya sobre el infinito firmamento. Millares de estrellas que durante toda la noche no se han cansado de emitir luces fugases. Organismos vivos dentro de las saladas aguas de la ciénaga y luciérnagas que vuelan en la superficie emiten un tipo de luces suaves y cautivadoras. La noche perfecta para Juancito Suarez, el poeta veneciano, pero la más triste, dolorosa y angustiosa para la familia del Cristo Lázaro.

Herminio José, el anciano pescador, se da un leve giro y recuesta el costado derecho de su agotado cuerpo a la estaca. Mientras sus piernas cuelgan del último andamio de la troja, su vista extraviada en el firmamento observa detenidamente la esplendida noche veraniega, la más triste de su larga vida. Eleva una plegaria a los cielos, a Jehová de los ejércitos. El patriarca, sentado desde el final del crepúsculo con un dolor que invade lo mas íntimo de su ser, muy a pesar que ha llorado demasiado siente que aun no ha esgarrado el llanto que quisiera. Tiene un nudo en la garganta que le imposibilita pronunciar palabra alguna de agradecimiento a la gran muchedumbre que ha llegado a su morada a expresarle la voz de condolencia desde la tarde de la tragedia. El nonagenario y aguerrido pescador se dormita un instante y se va de cabeza a las aguas de la ciénaga. Nunca supieron de su cuerpo; por mucho que lo buscaron con redes, no lo hallaron ni vivo ni muerto. Hoy lo ven en un sábalo de casi dos metros de longitud que más de dos veces ha saltado muy cerca de la proa de “ANDANZA,” la canoa de Eurípides Márquez.

Hasta las 2:30 de la madrugada más de dos mil personas han visto el cuerpo sin vida expuesto al público por última vez. Bandadas de canoas siguen llegando al velorio; sólo siete que conformarán la procesión funeraria se encuentran dispuestas a navegar la ciénaga y la intrincada red de canales hasta terminar en el duro y áspero continente.

3

El sábado, víspera de la desgracia, el ‘Flamenco’ salió a sus habituales faenas pesqueras como lo había hecho durante todos los días del año que terminaba. El corral de pesca es una institución de extracción pesquera y económica de los pueblos asentados en la Ciénaga Grande y muy especialmente los pueblos palafitos ubicados dentro del complejo Pajarales. Le brinda integración social al grupo de sus laboriosos miembros, sustento diario de sus extensos bloques familiares y del grupo de personas concertadas para la labor. La organización pesquera contribuye a la convivencia, fraternidad, compañerismo y sobre todo, a la unión entre cada uno de sus miembros ya que reciben un toque de familiaridad. A pesar que muchas familias lo conforman, internamente recibe el apellido del capataz.

La interlocución respetuosa es el escenario que comparten sus miembros. Su característica más importante es un diálogo abierto al público donde se debaten inquietudes personales de sus integrantes, comentarios y hasta chismes recogidos dentro de la población. Se divulgan las noticias de interés general que había difundido el diario hablado de esa madrugada por Marco Pérez Caicedo, el periodista de mayor sintonía en la costa Caribe colombiana; o bien las transmitidas en la última emisión del día anterior. Para algunos miembros del Flamenco estas noticias podían ser de interés porque contaban con familiares viviendo en lugares distantes del pueblo. Así de esta habitual manera de divulgación quedaban informados los miembros del corral de pesca de lo que había 0currido el día anterior en El Morro, Colombia y el mundo. Era una sana manera que se tenía para sobrellevar las agotadoras faenas.

A las 6:00 de la mañana cuando finalizó la aurora, unos minutos antes que el inclemente sol estallara por detrás de la Sierra Nevada de Santa Marta, a seis kilómetros de la punta del caño, los integrantes del Flamenco comenzaron un día muy productivo. Después de que los atarrayeros y sus pilotos estuvieron listos, el capataz emprendió la actividad del día:


- Pendientes punteros - dijo y luego continuó - conserven en el medio a Puerto Caimán.

Los punteros de cada costado, en línea recta, llevaron al Flamenco a una buena captura después de las dos primeras corraliadas. Después de dos horas de trabajo las veinte proas de las unidades económicas de pescas señalaron el lugar seleccionado de la costa de Salamanca. Continuaron la primera vuelta con una muy buena producción. A medida que el Flamenco se acercó a la costa, la captura aminoró. El capataz alzó su brazo derecho nuevamente y señaló al oriente:

- Derecho al rio Sevilla. - expresó esta vez.

A las 10:00 de la mañana el corral de pesca avanzó sobre la segunda vuelta. Los punteros continuaron guiando al grupo de pescadores a la mejor captura del año que terminaba. Persistieron navegando sobre el extenso espejo de agua y el rio Sevilla siguió atrayendo al corral de pesca. Hasta ahora habían capturado chivo mozo, mojarra rayada, róbalo largo, róbalo pluma, róbalo maracayero o pipón, lisa, lebranche, corvinata marina, sierra marina, macabí, jurel. Las canoas cargadas con cuatro o seis contadas de mapalé que al día siguientes amanecerían tendidos sobre las inmensas trojas de palmiche, para su posterior comercialización en los mercados de Barranquilla y Ciénaga.

El capataz miró al cielo, a la dirección del astro rey, cuando decidió cambiar la última vuelta.

“- Derecho a la barrita, dijo.

El Flamenco nuevamente navegó en la dirección de partida. El grupo estaba organizado así: el costado izquierdo lo ocupaban Herminio Segundo del Cristo Lázaro, puntero; Bolívar Carranza, la contra; Teodoro Suerte, el esquinero; Héctor Andrés del Cristo Lázaro, el caguama; Salomón Márquez, el cordal; Pedro Pérez y Joan Suerte, culeros. El costado derecho: Eurípides Márquez, capataz del corral de pesca, puntero; José Del Valle, la contra; Misael Suerte, esquinero; Jacobo Carranza, el caguama; Bolívar Suerte, el cordal; Ismael Márquez y Joaquín Carranza, culeros.

A las 12:00 meridiano, César Suerte, un niño que no alcanzaba los diez y seis años de edad, piloteaba la “ANDARIEGA”. Vio revolotear una mariposa negra sobre la cabeza de su compañero, el atarrayero Héctor Andrés del Cristo Lázaro. Repentinamente el niño se acordó del augurio que su madre tenía por ese tipo de insecto y su relación directa con la muerte.
“Ave María purísima”, exclamó aterrorizado el niño.

La enorme mariposa sobrevoló por más de una hora el corral de pesca y finalmente se concentró sobre “ANDARIEGA”. Después de un giro sobre el espacio aéreo se precipitó cayendo muerta dentro de la canoa justo en el medio, donde se pondría el ataúd la mañana siguiente. Héctor Andrés del Cristo Lázaro después de sacar su atarraya del agua y ponerla en la proa dentro de su canoa, pasó a la popa a calmar a su joven compañero que había entrado en una crisis de pánico. Volteó bocabajo la totuma de achicar mientras se desplazaba:

“Desvoltea la totuma que se nos cambia la suerte”, vociferó.

El atarrayero agarró la palanca con horqueta con su mano derecha, con la izquierda sujetó al animal y lo llevó a las aguas de la ciénaga. Sintió un muy mal presagio. Se contuvo por unos minutos y empezó a bogar un poco aturdido.

Las 12:40 de la tarde anunció el radio de batería que permanecía encendido. La brisa empezó a soplar mucho más fuerte y a diez kilómetros de la barrita, el capataz se despidió de sus compañeros, dando por terminada las labores del día. A las 2:00 de la tarde el Flamenco salió a la ciénaga Machete. Dos horas después el corral de pesca estaba en El Morro, donde el pescado con escama ahumado y salado se abarrotaba a un lado de sus trojas.

A las 6:00 de la tarde los habitantes del sector nororiental empezaron la celebración de la salida del año viejo y la llegada del nuevo año. Todo el pueblo estaba de fiestas y parrandas. La presencia de dos enormes lechuzas y una mariposa rondando el sector produjo un enorme malestar entre sus moradores: mal agüero, infortunio, tragedia. Finalmente la más grande de las aves se posó sobre la estaca, ubicada en la casa de la familia del Cristo Lázaro. Mientras la más pequeña sobrevolaba la vieja casa, Rosa María Lázaro vio el terrorífico animal:

“Mensajera de la muerte”, pensó ella.

Rosa María, una anciana de piel marchita, estatura baja, delgada, de pelo blanco y vestida completamente de un riguroso luto, no era más que la suma de sus incontables duelos superpuestos. Rezó entonces por ella y por el alma que se encontraba en peligro de muerte. Lo que no se imaginó es que veinte horas más tarde estaría llorando al ser de sus extrañas, despidiéndolo de este mundo.

Héctor Andrés del Cristo Lázaro estaba vestido para esperar el nuevo año: pantalón de lino gris plomo, camisa manga corta blanca, zapatos negros de cordón cruzado y sombrero azul turquí. Cuando el sol se ocultó completamente recogió su atarraya de la larga estaca y la guardó en su caja de trasteo. Finalmente decidió despedir el año rodeado de sus viejos padres y su único hermano.

4

La rezandera vuelve y dice: “rezaremos tres Ave Marías a la virgen de los dolores, por los dolores que padeció, al pie de la santísima cruz, viendo expirar a su castísimo hijo y que sea por el alivio y descanso del alma del finado Héctor Andrés del Cristo Lázaro, y que el Divino Señor se digne de sacarlo de las penas en que se halla y lo lleve a descansar a su santísima gloria eterna, amén. Madre, llena de dolores, haced que cuando expiremos, nuestras almas entreguemos a las manos del Señor. Dios te salve María, llena eres de gracia…”.

Sonaron las doces campanadas, comenzó un año nuevo. En la casa de la familia Vargas, mientras los hombres bebían ron de caña, las mujeres preparaban la alcoba de la casa principal para darle inicio a la celebración del cabo de año de la madre y abuela muerta un año atrás. A las 5:00 de la mañana terminaron de armar el altar con flores naturales, fotos de los difuntos de la familia, recuerdos de la fallecida y velas encendidas. Sobre la sábana blanca fijada en la pared se observaban cuatro letras bordadas en punta de cruz, en lana de color solferino: L.M.Q.B., Lourdes María Quintana Brasil, la matriarca de la familia, que vivió durante cien años. Durante los últimos treinta años le tocó convivir con una tortuosa y prolongada enfermedad que la condenó a una vieja poltrona de Carreto en un rincón de su alcoba. Era abuela materna de los hermanos Salazar Brasil, los galleros del pueblo.

Las mujeres mayores conservaban un luto prolongado, las menores recientemente asumían el duelo. Desde la noche anterior se había ido reuniendo la familia completa. Compadres y comadres, allegados y hasta los vecinos, todos se habían preparado en el último mes para la honrosa conmemoración. En el altar y sobre la mesa se puso la imagen de nuestra Señora del monte Carmelo, Virgen del Carmen, por ser una mujer la fallecida. Cuatros veladoras debidamente encendidas alrededor de la imagen religiosa; adelante un crucifijo de un pie de altura y centrado sobre la mesa. Además, una fotografía del esposo muerto diez años atrás, hermanos e hijos; una biblia abierta en el salmo23; estampas de las benditas almas del purgatorio, de la mano poderosa y de San Francisco de asís, del cual siempre fue una fiel devota. A las patas de la mesa, recostada se encuentra la imagen del Sagrado Corazón de Jesús, iluminado por dos veladoras. Todo el altar adornado: Rosas, flores y claveles.

A las 5:40 de la mañana, la rezandera da inicio al rito fúnebre. Veinte minutos más tarde y después de rezos, ruegos y plegarias acompañadas de llanto por los familiares y allegados, quedó oficialmente instalada la velación: ceremonia que durará veinticuatro horas y terminará a las cinco de la mañana del día siguiente. Cada tres horas se aplicaba un rosario. La rezandera, preparada para el evento y faltando veinte minutos para las cinco de la mañana, comenzó el rosario que dio el cierre y el levantamiento oficial del altar mortuorio. Así cumplió la familia con aquel deber sagrado, asumido desde el año pasado. “El rito es necesario que se efectué normalmente y que la familia en pleno lo asista”, Gabriela Salazar le respondió a su concubino cuando éste estuvo resuelto a que no asistiría al evento funerario.

Herminio Segundo del Cristo Lázaro, el amor clandestino de la menor de la familia Salazar Brasil, tenía un matrimonio estable. Pescador de atarraya, además hombre de negocio de pescado ahumado y seco-salado, que acopiaba y transportaba a Ciénaga. Dos meses después del fallecimiento de la abuela se marcharon a vivir juntos. Gabriela Salazar contaba con veinticinco años de edad y tres meses de gestación de su equivocado amor. Fue el comienzo de una agresiva confrontación violenta entre las dos familias.

Estos grupos de rivales rara vez dejaban pasar una riña, muy especialmente cuando se encontraban en fiestas, eventos sociales y culturales o simplemente cosas propias del destino. La brecha entre los dos bandos se había hecho más notoria.

La familia Salazar Brasil la conformaban Modesto Salazar y Martha Brasil, matrimonio avanzado en edad; cincos hombres mayores de edad: Modesto, Mingo, Martin, Marlon y Alberto; y tres hijas hembras: Martha, María y la bordona, Gabriela del Carmen.

La joven mujer llegó a asistir al velorio de su abuela materna. Sus hermanos mayores la recibieron de muy mal talante. Bajo todo tipo de desaires, fuertes comentarios, rechazos y agravios, cumplió con su deber como miembro de la familia. Mingo Salazar, el más resuelto, se encolerizó por la presencia de su hermana y se apartó a la esquina de la segunda casa, donde funcionaba el comedor de seis puestos que esperaba a los selectos visitantes. A las doces meridiano, la rezandera dio inicio al tercer rosario de la ceremonia ritual. Mingo aprovechó, se embarcó en su canoa ‘EL FIN DE LOS DIAS’ y salió bogando con rumbo al “Gallo Giro”, la única gallera del pueblo. Las riñas de gallos finos eran su afición desde muy joven. El gallero era un hombre de tez morena, metro setenta y seis de estatura, ochenta kilos de peso. El once de noviembre había cumplido 46 años de edad. Comerciante de toda la vida, quince años atrás había contraído matrimonio con Magdalena Carranza, quien murió después del parto de su última hija.


Mingo Salazar entró al negocio de la fresquería, trajo el segundo motor fuera de borda que se recuerde para aliviar los agotadores viajes. También fue un hombre público y líder cívico, inspector de policía, presidente de la junta de acción comunal y hasta representante ante el concejo municipal. Las letras que aprendió fueron del profesor de toda la vida, Ismael Ambrosio Moreno, un veterano sargento del ejército nacional participante de la guerra de los mil días. Al llegar a la gallera pidió una botella de ron de caña. Eran ya pasadas la una de la tarde. Después mandó a buscar a su casa el gallo canagüey, apodado “Todos los domingos”, por su efectividad en los ruedos del municipio. El gallo fue pesado y casado por el valor de quinientos pesos oro. Cuando aun no terminaba la botella de trago, destapó el estuche donde conservaba las espuelas y empezó a calzarlo. Pidió otra botella de ron mientras esperaba que Juan Mejía, el juez y dueño de la gallera, diera la hora de la riña.

5

La rezandera toma la cuarta parte de la camándula y continúa el Santo Rosario: “Señor Dios que nos dejaste la señal de tu pasión, la sábana santa, con la cual fue envuelto tu cuerpo santísimo cuando por José de Arimatea fuiste bajado de la cruz, Concédenos oh piadosísimo Señor, que por tu santa muerte y sepultura te has llevado el alma de Héctor Andrés del Cristo Lázaro, lo lleves a descansar a tu santísima gloria eterna, por los siglos de los siglos, amén. Requiem aeternam dona eis, Domine, et lux perpetua luceat eis. amén. Piadosísimo, Jesús mío, mirad con benignos ojos las almas de los fieles difuntos, por los cuales has muerto y has derramado tu preciosísima sangre. Recibiste tormento, muerte de cruz, amén. ¡Oh virgen y madre de dios!, por vuestra santa caridad del alma de Héctor Andrés del Cristo Lázaro, venimos a encomendar que dios lo saque de pena y lo lleve a descansar y su alma descanse en paz, amén. Dios te salve, María, llena eres de gracia…

Una vez se esfumaba el año, Rosa María Lázaro se enfrentó a una ráfaga de pesadilla. Primero soñó con una multitudinaria caravana de canoas que navegaban en sentido contrario de lo normal. Asomada en la ventana ubicada en la culata de su casa, observaba que un matrimonio pasaba, pero no conocía a los novios, muy a pesar que la saludaron con nombre propio. Unos minutos más tarde fue afanosamente levantada por su esposo al ver que sufría una pesadilla. Narró entonces a su marido el angustioso sueño, y éste le comentó: “Sueños con matrimonios, fiestas ruidosas, canoas pequeñas a la deriva o varadas sobre un patio, es anuncio de muerte.” – “¡Ave María purísima!”, exclamó ella impresionada, “que Dios nos proteja y nos libre de enviarnos una desgracia”. Una hora más tarde volvió a soñar, esta vez con una canoa pequeña que ronceaba cerca del patio de su casa. Se levantó apresuradamente y escuchó el llanto de varias mujeres. Recuperó la conciencia de inmediato y se acordó del cabo de año de su vecina.

A las 9:30 de la mañana, Héctor Andrés del Cristo Lázaro, después de bajar a “ANDARIEGA” del varadero donde permanecía desde la tarde del día anterior, salió a visitar a tíos, primos y amigos, a desearles felicitaciones en el año que comenzaba. Antes de la una de la tarde estaba de regreso en casa de sus padres.

Esa mañana, desde que el sol estalló por detrás de los manglares de costa brava, en los cuatros puntos cardinales del pueblo había parrandas. A las dos de la tarde comenzó una pelea en el costado nororiental, muy cerca de donde se celebraba el aniversario fúnebre, que nada tiene que ver con el personal de ese velorio. Domingo Huerta Brasil, apodado “el Repelente,” un hombre de tragos, armador de pleitos, conflictivo y problemático, hombre de confianza y primo hermano de los Salazar Brasil, llegó al Gallo Giro y le contó a su primo de la reyerta, diciéndole que era en el velorio de su abuela. Mingo Salazar hizo caso omiso a los comentarios de su primo porque lo vio altamente embriagado y siguió calzando su gallo.

El juez vigilaba muy atentamente la lista de los contendores, los cuales habían decidido que la pelea sería con espuelas medidas. Por los pesos y tallas de ambos animales habían concertado también que las espuelas serían de carey, de tres rallas y medias (treinta y cincos milímetros). A las 2:45 de la tarde la lista de apostadores, con nombres y apellidos y el valor de la apuesta, estaba en manos del juez. Los gallos pesaban tres libras con dos onzas y tenía una talla casi pareja. La diferencia estaba en el plumaje: uno era canaguay y el otro chino.

Después de casi dos horas, a la gallera nuevamente llegaron rumores que las peleas del noroccidente aun continuaban encendidas. “El Repelente” volvió nuevamente a la gallera, esta vez mucho más embriagado, se acercó al ruedo donde su primo unos segundos antes había soltado su gallo, y le gritó con mucha más fuerza: - “Primo hermano: Herminio del Cristo Lázaro mató a Alfonso Moreno y a tu hermano menor, Marlon Salazar. Están tendidos en la sala de la casa de tu tía.” Mingo Salazar inmediatamente se embarcó en su canoa con el recadero y fue rumbo a la casa donde vivía con su nueva mujer, Martha Lobo. Subió por el sardinel del costado occidental, a pasos largos atravesó la sala, alzó la cortina de lino que cubría la alcoba, se dirigió a la cama y se agachó a sacar una escopeta calibre 20 cañón largo. Arrodillado, se dirigió a la mesa de noche donde había guardado los cartuchos del arma y se los echó al bolsillo del pantalón. De regreso a su canoa, la mujer entonces le llevó una mochila tejida en pita número cuatro donde guardaba los tiros de matar patos, y como alma que lleva el diablo tomó rumbo al velorio de su abuela, donde pretendía encontrar los cadáveres de su hermano y su cuñado.

A las 3:15 de la tarde, como otros tantos juegos del destino, de la humilde casa de la familia del Cristo Lázaro salío “ANDARIEGA” con destino a la casa de Eurípides Márquez, quien celebraba el nuevo año desde muy temprano. Iba tripulada por Bolívar Carranza, el boga; Héctor Andrés del Cristo Lázaro, sentado en el banco que divide la embarcación; y en la proa, sentado a estribor, Alejo Alba.

6

La rezandera toma la última parte de la camándula y reza la quinta parte del Santo Rosario: “¡Oh santísima cruz!, inocente, piadosa, cordero, pena grabe de Dios, pobreza de Cristo mi redentor. Oh llagas muy lastimadas, corazón traspasado, sangre de Cristo por mí derramada, muerte de Cristo amarga. Divinidad grande de Dios, digna de ser reverenciada, ayúdanos a alcanzar la gloria eterna, amén. Requiem aeternam dona eis, Domine, et lux perpetua luceat eis, amén. Piadosísimo Jesús mío, Mira con benignos ojos las almas de los fieles difuntos, por los cuales has muertos y has derramado tu preciosísima sangre y recibiste tormento. Muerte de cruz, amen. ¡Oh virgen y madre de Dios! Por vuestra santa caridad del alma de Héctor Andrés del Cristo Lázaro, venimos a encomendar que Dios lo saque de pena y lo lleve a descansar y su alma descanse en paz, amén. Dios te salve María, llena eres de gracia…

Mingo Salazar, decidido a matar al primer miembro de la familia del Cristo Lázaro que encontrara a su paso, salió de su casa a la misma hora que “ANDARIEGA” con rumbo al oriente del Morro: la mancha había de caer sobre la sabana más blanca. El recadero, con la palanca en las manos, dobló por la casa siguiente y se rosaron las dos canoas. El gallero, cegado por la borrachera y el odio que sentía por su cuñado y por la sed de una absurda venganza, alzó su escopeta y a escasos dos metros de distancia, apretó el gatillo de su arma. El disparo certero al pecho del joven pescador instantáneamente le puso fin a su corta vida.

Continuó su itinerario hacia velorio de su abuela. Dos minutos más tarde, antes que su canoa se recostara completamente al patio, saltó por el extremo sureste, con su escopeta en la mano izquierda, mientras en la derecha sostenía la mochila de los tiros. Corrió hacia la sala principal y le comentó a los suyos del crimen que había cometido por venganza. A las 3:20 de la tarde la brisa soplaba lentamente, el cielo estaba azul marino y libre de nubosidades. La rezandera había terminado el cuarto rosario del día y se había marchado a su casa a continuar con sus labores cotidianas y a estar preparada para las seis de la tarde. En la sala principal, esperaban un grupo de ancianos y parientes distantes de la difunta, conversando de temas variados de interés general. En la troja, el patio y el sardinel se han esparcido un grupo de jóvenes a jugar dominó, barajas y besos robados, los juegos normales de un velorio. En la cocina, María Concepción Salazar, la esposa de Bolívar Carranza, era la encargada de que los alimentos estuvieran a sus horas, y muy especialmente los tintos y las aromáticas. En el altar sólo quedaban, además de la hija y dueña de la casa, sus nietas y bisnietas.

Mingo Salazar, manchado con el pecado de la muerte y con su escopeta nuevamente cargada, fue el comedor recién servido con muy pocas lozas y se dio de cara con su hermano y su cuñado almorzando, vivitos y coleando. Corrió a la alcoba principal y de una patada derribó el altar funerario, para acomodarse y seguir disparando, pues cría que los familiares de Héctor del Cristo Lázaro estaban reunidos preparando una represalia contra su familia. Mingo Salazar y sus familiares, desde las ventanas, empezaron a disparar nuevamente contra los tripulantes de “ANDARIEGA”, que estaba recostada justo en la casa de palma amarga vecina, con el joven sumergido en un charco de su propia sangre. Los dos tripulantes corrieron sobre la troja a refugiarse de la lluvia de tiros. Al caer la tarde, y cuando casi oscurecía, cesó el tiroteo. Los agresores se replegaron a casas de otros parientes. “ANDARIEGA” fue sacada de debajo de la troja con el cadáver del joven pescador y fue llevada a casa de su octogenaria madre a preparar las honras fúnebres.

7

La joven rezandera sigue el Santo Rosario: “Rezaremos la oración a la virgen del monte Carmelo para que haya sido su madrina en la hora de su muerte y que sea por el alivio y descanso del alma de Héctor Andrés del Cristo Lázaro. Que el divino señor se digne de sacarlo de las penas en la que se haya y lo lleve a descansar y su alma descanse en paz, amén. Virgen del monte Carmelo, por vuestro Carmen de flores, redimiste a los pecadores y a los justos con consuelo…”.

A las 7:00 de la noche cuando estuvo arreglada la alcoba y armado el altar para las honras fúnebres, el cadáver fue puesto sobre una cama de lienzo blanco debidamente arreglado. Mientras esperan que el artesano termine el ataúd de madera aún verde, la casa que se cerró completamente una vez se tuvo noticia de la tragedia, es abierta al público concurrente que quería contemplar por vez última el cuerpo del joven pescador asesinado. Magdalena del Carmen Del Cristo, con su camándula en mano, comienza su primer repertorio de oraciones. Una hora más tarde, muy a pesar de las prevenciones que tuvieron las mujeres que amortajaron el cuerpo, el lienzo de la cama de blanco cambia a una tonalidad café por la sangre que emana de las diferentes heridas provocadas por el impacto del arma de fuego. Rosa María Lázaro, hincada de rodilla, mientras acaricia la cara del último de sus hijos, bañada completamente en lágrimas, y cuando ya es imposible controlarla física y moralmente, ve la negra mariposa muerta que reposa a un lado de la cabeza de su ser querido. La premonición está cumplida. La anciana trata de alejar el insecto con el antebrazo derecho, mientras con su brazo izquierdo se aferra a la cara del ser de sus extrañas. Continúa llorando muy melancólicamente y se va quedando sin aliento alguno. Muere aferrada a la cabeza de su bordón.

La joven rezandera casi concluye la ceremonia. La 2:28 de la fría madrugada del lunes señala el reloj de pared puesto al lado derecho del altar. Eurípides Márquez, Ismael Márquez, Bolívar Carranza y Simón Carranza, le arrebatan la caja fúnebre al grupo de mujeres que lloran desconsoladamente la pérdida del ser querido. Los cuatros pescadores salen rápidamente de la pequeña alcoba, a unos pocos pasos llegan a la sala, se asoman a la segunda puerta ubicada al costado norte y haciendo un giro a la derecha salen al sardinel donde atraca “ANDARIEGA”, que espera la caja negra. Es ella la encargada de encabezar la caravana mortuoria. El féretro se pone en el fondo de la canoa: los pies señalan la proa y la cabeza se apoya sobre la curva del banco que divide la embarcación. Sobre el ataúd se pone una lámpara de gas encendida para iluminar el camino por donde navega la procesión funeraria. Cinco canoas, con doce tripulantes cada una, escoltan a ANDARIEGA. La procesión comienza a navegar muy lentamente al vaivén de las olas una vez salen del velorio. Realizan dos vueltas, en el sentido de la manecilla del reloj, a la casa donde se celebra la ceremonia ritual. Con este acto simbólico se despide de la que fue su morada terrenal. Aquí nació el veintinueve de julio, día de nuestra señora de Santa Marta, veinticuatro años atrás. Terminado el acto simbólico el cortejo fúnebre toma la vía principal del Morro que lo lleva hasta la iglesia católica “Nuestra señora del monte Carmelo, virgen del Carmen”. Realizan una vuelta completa al templo religioso, Símbolo de una despedida terrenal, de un adiós, de un hasta nunca. Cumplida esta penitencia, la procesión fúnebre emprende el recorrido sobre el espejo de agua de la ciénaga, el tramo comprendido entre El Morro y el caño Aguas Negras.

A las 3:00 de la mañana, Andariega entra al caño. Las fuertes corrientes, producto de las inundaciones del rio grande de la Magdalena, la hacen retroceder un poco y sus integrantes toman la decisión de esperar las seis canoas restantes. A medida que el cortejo funerario avanza los tres y medio kilometros del estrecho y caudaloso canal, a lado y lado del continente los animales se asusta y los perros ladran afanosamente por la presencia de las embarcaciones. Hay un extenso cañaveral donde hay varios trapiches que elaboran panelas, guarapo de caña, alcohol de caña y hasta fabrican tapa de tusa, un ron reconocido en la región. Pasadas las cuatro de la mañana la procesión funeraria atraca en el puerto de la Fuente, primer puerto destapado y polvoriento del caño, y empieza a transitar el arcilloso, desolado y espinoso continente. El camino del Uverio: veintiocho kilómetros de un terreno agrietado, difícil de caminar, separan este puerto de la cabecera municipal. Las sietes canoas fueron sujetas al talud del caño. Los hombres se alistan para comenzar el recorrido sobre el continente. Dos pescadores se acercan al rancho que exhibe un letrero: “Atascosa”, el nombre de una hacienda ganadera. El celador les presta dos varas de olivos y construyen una hamaca: a las varas se amarra la caja mortuoria con una cuerda de un cuarto de pulgada, para una mejor comodidad en el largo desplazamiento.

A las 4:50 de la mañana sobre los cuatros hombros, el ataúd realiza la partida sobre el terreno del Uverio. Teodoro Suerte, el más joven de los pescadores, adelantado diez pasos por delante del rustico féretro, marcha con la lámpara encendida. Conocedor del camino es el baquiano del grupo, encargado de iluminar la trocha por donde marcha la multitud que a pasos agigantados acompaña al fallecido a su última morada.

A las 8:30 de la mañana, el féretro de caracolí encabezando la multitud sudorienta cansada y a punto de desvanecerse por la extenuante labor, entra a la primera calle de aquel olvidado pueblo. Casas construidas a orilla del imponente rio magdalena, ranchos de palma amarga, paredes de varas, bareques, guaduas, arcillas y barros revueltos con moñigos de vacas: Santa Cruz de Pizarro. Al doblar la acera, la calle de huecos, polvorienta, húmeda y salitrosa, señala el camino al único campo santo que cuenta el municipio: el cementerio San José.
FIN